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domingo, 31 de enero de 2016

NUESTRO CORDERO



ORIGINAL: LAS DOCE TRIBUS



   ¿Sabes lo que es entregar tu posesión más preciosa? ¿Alguna vez has tenido que dar tu mejor camisa? Para Andrés, el sacrificio suponía un pequeño cordero.

   Lo que aprendió entregándolo le abrió los ojos a otro sacrificio mayor...


EL CORDERO DE ANDRÉS


   Era un día soleado y caluroso. Andrés y su padre iban por el polvoriento camino hacia Yahrushalayim. El padre, con su cabello blanco por la edad, caminaba delante; todavía se conservaba muy fuerte. A Andrés se le hacía un poco extraño que solamente él y su padre recorriesen el camino este año, pues en años pasados todos sus hermanos y hermanas los habían acompañado.

   Ellos habían crecido y ahora tenían que cuidar de sus propias familias; probablemente Andrés también se iría pronto de casa. A sus pies, obediente, le seguía su corderito más hermoso.

   Él era el motivo por el que hacían este largo viaje a Yahrushalayim.

   Para Andrés, este cordero era muy especial porque le amaba más que a cualquier otro de los nacidos en el pequeño rebaño de su familia.




   La familia de Andrés no eran pastores como muchos de sus vecinos, sino pescadores de oficio. Sin embargo, pastoreaban un pequeño rebaño de ovejas que les proveía de suficiente lana para cubrir sus necesidades de ropa. Desde tierna edad Andrés se ocupaba de las ovejas, llevándolas de un campo a otro, cuidando de ellas fielmente.

   Algunas veces iba a pescar con sus hermanos mayores, especialmente con Simón que le precedía en edad y con quien tenía mucha confianza, pero la mayoría del tiempo se quedaba en casa para cuidar de las ovejas y desempeñar otras labores.

   Andrés era un buen pastor y amaba a todas sus ovejas, pero este corderito que hoy seguía sus pasos tan obedientemente, era el más cercano a su corazón.

   Mientras caminaban miró hacia atrás al cordero. Se acordaba claramente de la noche de su nacimiento: fue un atardecer fresco de primavera. Andrés había llevado el rebaño a un valle protegido a cierta distancia de su casa. Se dio cuenta de que estaba demasiado lejos para regresar, no obstante sabía que ese era un buen sitio para que sus ovejas pasaran la noche. También sabía que pronto una de ellas daría a luz un corderito aunque él no lo esperaba esa noche. Pero al agruparlas notó el extraño comportamiento de esa oveja, ¡era evidente que iba a tener la cría!





   Esto turbó un poco a Andrés, porque nunca antes se había encontrado él solo con las ovejas cuando una iba a parir, especialmente tan lejos de casa.

   Era el padre de Andrés quien sabía muy bien cómo ayudar a la madre en caso de que se presentara algún problema. Andrés empezó a pedir al Elohim de su padre un parto seguro.

   Las horas oscuras de la noche pasaban muy despacio para Andrés. La oveja empezó a balar de angustia. Algo no iba bien y Andrés se sentía totalmente incapaz y sin el conocimiento necesario para ayudarla. Continuó gimiendo de dolor, y con su mirada suplicaba a Andrés que la aliviase...

   ¿Qué debo hacer? Se le rompía el corazón escuchando los gemidos. De repente se acordó de algo que su padre había comentado en la mesa aquella mañana. Había dicho que su Elohim no tardaría en responder si escuchaba a su pueblo clamando por justicia y libertad. Siempre hablaba de estas cosas, pero esa mañana había hablado con tanta convicción que penetró el corazón de Andrés. Ahora sentía que estaba en una situación similar. ¿Podría sentarse a un lado y permitir a su oveja sufrir, sin intentar ayudarla? ¡No! Se puso en pie suplicando en oración a Elohim que le diese sabiduría. Las manos de Andrés se movieron diestramente para liberar del vientre de la madre al cordero atrapado.

   Todo esto pasó en pocos minutos, hasta que el corderito se acostó tiernamente al lado de Andrés, como si supiera que había sido él quien le había salvado la vida.

   Inmediatamente Andrés observó la perfección del animal recién nacido; era verdaderamente hermoso y sus ojos dulces y mansos se posaban en Andrés con una mirada de gratitud. Esa noche un poco de dolor le alcanzó el corazón el ver los primeros torpes movimientos de este cordero sin mancha, pues sabía lo que significaba la perfección de esta pequeña criatura. Aunque no quería pensar en ello, él sabía que este cordero serviría a un gran propósito.




   Una vez al año Andrés se encargaba de escoger el mejor de sus corderos puesto que era el pastor de la familia. Como conocía las ovejas muy bien, era capaz de escoger el más perfecto y precioso de entre todos ellos. Siempre resultaba una decisión difícil porque Andrés amaba a todas sus ovejas y también porque cada una de ellas era muy valiosa para la subsistencia de su familia, que no era rica. El cordero que él escogiese iba a ser ofrecido a Elohim como sacrificio... y para Andrés y su familia verdaderamente lo era. Cada año necesitaban hacer un sacrificio al Elohim de Israel por el perdón de sus pecados. Cuando Andrés era más joven no alcanzaba a comprender completamente el significado de este sacrificio, pero ahora empezaba a ver muy bien sus propios pecados. Su padre muchas veces le había hablado acerca de su Elohim y de cómo en un principio Elohim creó al hombre y este pecó. Por este pecado, la muerte entró en el mundo y solamente por medio del derramamiento de sangre los pecados pueden ser perdonados. De esta manera, el hombre puede ser salvo de la muerte. Su padre también le había explicado que era verdaderamente misericordia de su Elohim el haber provisto un medio para ser perdonados y no tener que morir ellos mismos, como merecían, por sus pecados. El medio que Elohim había provisto consistía en derramar la sangre de un cordero. Este era su sacrificio.

   Andrés sabía que un sacrificio verdadero tenía que doler. Por esta razón, su familia siempre puso mucha atención en ofrecer a Elohim un cordero sin mancha, el más perfecto de su rebaño, como Él había mandado; había que entregar el que más nos doliese.

   Este año, como todos los anteriores, Andrés fue a la ladera del monte para escoger el cordero que llevarían al templo de Yahrushalayim. En su mente ya sabía cuál tenía que ser. Sin embargo trató de ignorar la voz de su conciencia, mientras observaba el rebaño examinando cada cordero: "Debería ser este. No, tal vez este otro..." Y trataba de ignorar a aquel que era tan especial, el más cercano a su corazón.

   Entonces, sintió que por la espalda alguien le tiraba de la túnica. Era su cordero favorito, mordisqueando la bolsa de cuero que colgaba a un lado, buscando un bocado especial. Andrés traía a menudo bocados especiales para darle al favorito del rebaño. Mirando hacia él, pensó con tristeza: ¿Cómo puedo engañarme o engañar a nuestro Elohim? Sabía bien cuál era el cordero más apreciado y perfecto y al que podía llamar con sinceridad "su sacrificio".

   En sus visitas al templo, a Andrés le molestaba ver a la gente trayendo animales débiles y enfermos. Sabía que no era correcto y no podía comprender por qué los sacerdotes recibían animales con defectos. El padre de Andrés también se daba cuenta de lo que estaba sucediendo pero nunca cedió, sino que mantuvo siempre su sacrificio dentro del estándar del Elohim de Israel. Andrés respetaba mucho a su padre por esto. Su padre nunca prestó atención a las ofertas de los hombres que tenían puestos en los atrios del templo y vendían animales imperfectos para los sacrificios. Sabía muy bien cuál era el sacrificio apropiado que complacía a su Elohim. Todo esto entristeció profundamente al padre y también a Andrés ahora que había crecido lo suficiente para comprender lo que ocurría. Al parecer la gente pensaba que su Elohim no podía ver el engaño. Su familia sabía que Elohim juzgaba a los hombres por sus corazones, por eso siempre querían dar lo mejor. Este corderito que los acompañaba hoy en el largo viaje, era ciertamente el mejor.

   El sol estaba muy alto en el cielo y mientras caminaban el calor se hacía insoportable. El padre de Andrés vio un sitio a la sombra un poco más adelante y decidió descansar un rato. Se sentaron en la hierba bajo un gran árbol.




   Recostándose, el padre de Andrés suspiró y comenzó a hablar de las muchas veces que había hecho este viaje anual al templo. En esos días siempre hablaba de un "día mejor" cuando Elohim una vez más hablaría a su pueblo. Decía que el pueblo necesitaba escuchar a los profetas de Israel, su tierra, y hablaba de su esperanza más entrañable, el anhelo de su corazón: la venida del Mesías. Ya era viejo y pronto su vida terminaría, pero deseaba que esta misma esperanza ardiese en los corazones de sus hijos como ardía en su propio corazón.

   A Andrés le encantaba escuchar a su padre hablando así y por eso creció amando al Elohim de su padre. Mientras hablaban, el corderito jugaba alegremente en la hierba, comiendo hasta hartarse. Andrés le miraba complacido pensando que ciertamente éste era el cordero más hermoso que había tenido en su pequeño rebaño. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verle tan lleno de vida. El cordero saltó y se recostó al lado de Andrés como si percibiera su tristeza. Andrés rompió a llorar.

   —¿Por qué, padre, por qué tiene él que morir por mis pecados? Soy yo quien debería morir. ¡Odio mis pecados! ¿Por qué soy un esclavo de mi corazón malvado?

   El padre puso su brazo compasivo sobre los hombros de Andrés diciéndole: "Hijo, necesitamos un Salvador. Si no fuera por la misericordia de nuestro Elohim tendrías que morir por tus pecados. Sin embargo esta es su provisión para ti, hijo mío. Y en esto hay un propósito más grande."

   Andrés sollozaba pensando que pronto el cuchillo del sacerdote iba a traspasar la garganta del cordero y a derramar su sangre hasta la última gota.

   Mirando hacia su ovejita dijo: "¡Tu sangre por mis pecados! Yo soy culpable y tú inocente."

"Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados" 

Hebreos 9:22


   Su padre secando las lágrimas de sus propios ojos, movido por la angustia que su hijo expresaba, le dijo: "La vida está en la sangre y sin derramamiento de sangre no hay perdón para nuestros pecados." Él también odiaba su condición de hombre caído. "Lo único que podemos hacer es orar, pidiendo a nuestro Elohim por la consolación de Israel."
Se sentaron en silencio un rato y después el padre hizo un gesto para continuar el viaje. El cordero los siguió sumiso, sin tener que llamarle siquiera, ignorante de su destino.

   Al acercarse al pueblo de Betania escucharon muchas voces a lo lejos. Se preguntaron qué sería, así que desviándose del camino principal fueron hacia el río de donde parecía venir el sonido. Alcanzaron la cima del monte y desde lo alto divisaron el río Jordán, y se quedaron sorprendidos de lo que veían. En el río había un hombre con una apariencia insólita, clamando en alta voz a la multitud que se había reunido en torno a él. También estaba bautizando a algunos que se le acercaban. El padre de Andrés reconoció a aquellos que se estaban bautizando: ¡Eran judíos como él!

   "¿Qué?", exclamó, "¿Está ese hombre bautizando a Israel? Solamente los gentiles tienen necesidad de bautismo, ¿podría ser este un profeta de nuestro Santo Elohim llamando a su pueblo al bautismo?"

   Rápidamente bajaron de la colina. En medio de la multitud algunos sacerdotes y levitas de Yahrushalayim parecían molestos por lo que este hombre predicaba desde el agua. Le gritaron: "¿Quién eres?" Andrés se alegró mucho con esta pregunta, porque era exactamente lo que él quería saber; y la multitud les respondió: "Él es Juan el Bautista, enviado a nosotros por el Elohim de Israel." Los levitas les mandaron callarse y aconsejaron que le dejaran contestar por sí mismo.

   —No soy el Ungido —respondió el hombre al que llamaban Juan.
   —Entonces, ¿quién eres? ¿Eres Elías?
   —No soy —respondió.
   —¿Eres el Profeta?
   —¡No! —respondió otra vez.
   —Entonces ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a aquellos que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?
   —Soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Soberano nuestro Elohim, como dijo el profeta Isaías.

   Al escuchar estas palabras de Juan, el corazón de Andrés empezó a latir con fuerza. Se abrió camino entre la gente para acercarse a Juan. Los sacerdotes y levitas continuaron su interrogatorio: "¿Por qué entonces estás bautizando si no eres el Ungido, ni Elías ni el Profeta?"

   Juan contestó: "Yo bautizo en agua, pero entre vosotros hay Uno a quien no conocéis. Él viene detrás de mí, pero yo no soy digno ni de desatar la correa de sus sandalias".

   Después de esto, ya no respondió a más preguntas.




   A Andrés no le gustaba cómo hablaban los sacerdotes a este hombre. Le parecía extraño, pues él siempre había respetado y admirado grandemente a los sacerdotes y levitas que había visto en el templo de Yahrushalayim año tras año. Pero ahora parecían ¡tan diferentes!... Estaba perplejo preguntándose por qué trataban a este hombre de Elohim con tal desprecio. Para Andrés era obvio que este hombre era un enviado de Elohim y quería escuchar todo lo que Juan tuviese que decir. También le gustó mucho la manera en que Juan respondió sin timidez, ante el espíritu hostil de los sacerdotes y levitas.

   Se había interesado tanto escuchando hablar a Juan que se olvidó de su padre y del propósito de su viaje, pero pronto sintió la mano cariñosa de su padre sobre los hombros.
Andrés se dio la vuelta y le miró a los ojos, comunicándole con su mirada más de lo que mil palabras pudieran expresar. Parecía que lo que dijo habían tocado su corazón. Se volvieron y entraron cogidos del brazo en las aguas del Jordán. "¡Que Israel sea capaz de entender el significado de este bautismo!", gritó el padre al ser bautizado por Juan.

   Momentos después Andrés y su padre estaban de pie, empapados a la orilla del río.

   Juan terminó de hablar y ya se marchaba cuando el padre de Andrés hizo un gesto a su hijo para que le acompañase a continuar el viaje a Yahrushalayim, pero Andrés, indeciso, esperó un momento; no podía apartar su mirada de Juan. El padre captó la indecisión de su hijo, y dándose la vuelta le miró fijamente a los ojos y le dijo: "Vete, Andrés, y haz lo que tu corazón te está diciendo". Se lo dijo con la voz desgarrada por la emoción. Entonces le abrazó cariñosamente, y se dio la vuelta para irse, sin mirar atrás. Andrés se agachó para acariciar a su corderito por última vez.

   "¡Que yo cumpla el propósito para el cual fui creado como tú estás cumpliendo con el tuyo, al ser nuestro cordero expiatorio! Ahora hay esperanza para Israel, pues Elohim nos ha enviado un profeta. Tal vez nuestra redención llegue pronto porque él habla del Ungido. ¡Oh!" —dijo Andrés poniéndose en pie— "¡Cómo desearía que pudieras entender!", y envió al cordero para que siguiera a su padre.

   Andrés vio cómo su padre se alejaba a través de la multitud. Sabía que las lágrimas que había visto en sus ojos no eran lágrimas de tristeza sino de gozo, al darse cuenta de que lo que había deseado durante toda su vida pronto se llevaría a cabo, tal vez antes de su muerte. Su padre y el cordero desaparecieron entre la multitud y Andrés se volvió para seguir a la esperanza de Israel.

   Al día siguiente, una vez más Andrés se puso junto a Juan mientras éste llamaba a la gente para comunicarles que necesitaban el bautismo, que prepararía sus corazones para recibir al Ungido. De repente, Juan se quedó mirando asombrado a cierto hombre que acababa de llegar. Levantó su brazo señalando hacia ese hombre y exclamó: "¡Mirad, este es el Cordero de Yahweh que quita los pecados del mundo!". El corazón de Andrés se paró el escuchar estas palabras. Su mente volvió de inmediato a su pequeño cordero que seguramente en ese mismo instante estaba siendo degollado sobre el altar por sus propios pecados. 




   ¿Por qué Juan había llamado a este hombre el CORDERO DE YAHWEH? ¿Era este el Cordero de Yahweh? ¿Es que Elohim buscó en los cielos al más perfecto, sin mancha, al más valioso de su propio rebaño? ¿Un cordero que quitaría los pecados de todo el mundo? ¿Qué significa todo esto?"

   El hombre que Juan había señalado entró en el agua y se dirigió a él para ser bautizado. Al principio Juan se negó, diciendo que él no era digno de hacerlo, sino que más bien era este hombre quien debía bautizarle a él. Pero el hombre insistió diciendo: "Por favor, hazlo ahora, porque es necesario que se cumpla toda justicia".

   Entonces Juan le bautizó.

   La mente de Andrés estaba a punto de explotar con tantas preguntas. No podía comprender lo que estaba pasando. Al salir del agua Juan proclamó: "Él es de quien yo había dicho: Detrás de mí viene otro que es más grande que yo, pues era antes que yo. No le reconocí antes, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Ruaj y se queda sobre él, ese es el que bautiza con el Ruaj haKodesh. Yo le he visto y puedo asegurar que este es el Hijo de Elohim".

   "¿El Hijo de Elohim?". Aunque Andrés no entendía mucho, con toda seguridad él sabía lo que significaban las palabras "el Hijo de Elohim". Mientras pensaba todas estas cosas el hombre que había sido bautizado desapareció entre el gentío.

   La mente de Andrés estaba turbada. ¿Quién es este hombre? ¿Es Él, el Cordero y el Hijo de Elohim? ¿Es que el Hijo de Elohim es el único cordero que puede satisfacer su estándar de perfección? ¿Será este el único sacrificio que Elohim puede hacer para quitar todos los pecados del mundo? Seguro que este será el último sacrificio.

   ¿Es Él el Cordero de Yahweh enviado a Israel para salvarnos? Andrés no encontraba descanso para su mente llena de preguntas. "¡Mirad el Cordero de Yahweh!" Estas palabras resonaban como truenos en la mente de Andrés, penetrando en su corazón. "¡El Cordero de Yahweh, el Cordero de Yahweh, el Cordero de Yahweh!".

   Rápidamente Andrés salió del agua para seguir a aquel hombre del que Juan había hablado. Andrés sabía muy bien en su corazón lo que eso significaba....

   EL CORDERO DE YAHWEH, EL CORDERO DE YAHWEH...







NUESTRO CORDERO


   Nuestro Maestro colgaba de la cruz con su cuerpo ensangrentado y magullado de tal manera que ya no se le podía reconocer. Se ahogaba y se esforzaba por respirar, mientras el dolor agudo penetraba hasta lo más profundo de su ser causándole convulsiones. La multitud que le miraba, burlándose, gritaba con desafío: "¡Baja, si eres el Hijo de Yahweh!"

   Muchos antes, que decían ser el Mesías, habían muerto a manos de los romanos.

   Pero esta vez era diferente, no era tan sólo la ejecución de otro líder de una secta, estaban crucificando lo que Él representaba: "¡Baja de ahí, y creeremos en ti!" repetían burlándose, sin considerar que aunque bajara no creerían (Mateo 27:40-42).

   No podían comprender el amor profundo que motivaba a este hombre perfecto a ofrecer el sacrificio personal más valioso que jamás pudiera hacerse. Tan sólo pensaban en sí mismos, ofendidos, mientras le arrojaban desprecio y odio.

   Su paz y compostura durante la vergonzosa y terrible experiencia dejó perplejos a los pocos espectadores que estaban consternados por su gran sufrimiento. Se dieron cuenta de que la ternura que siempre expresaba su mirada no había cambiado.

   Incluso sus discípulos habían huido por miedo. La multitud le reprochaba con insultos, "¡Salvaste a otros, sálvate a ti mismo!". No podían entender que es ese instante estaba recibiendo la pena que ellos merecían por sus pecados y su actitud insolente.

   Tan sólo unos pocos de los que estaban ahí ese día apreciaron el impresionante autocontrol que este humilde hombre era capaz de ejercer. Aunque no comprendían completamente lo que estaba ocurriendo, sentían que Él sí que lo sabía. Su entendimiento le capacitaba para soportar la vergüenza y el dolor de su cuerpo desnudo y roto.

   Entonces sucedió: expiró último aliento con un grito de sumisión. Como los corderos de la ofrenda por el pecado, el sacrificio de su vida había sido inspeccionado minuciosamente y había sido encontrado sin mancha. Fijó su rostro como pedernal y su último pensamiento consciente fue el de agradar a su Padre. Fue lo que un cordero nunca hubiera podido ser, un sacrificio voluntario por el pecado (Lucas 23:46).

   En ese momento, el inimaginable peso del pecado de todo el mundo arrastró su espíritu hasta el centro de la tierra. Cuando su alma fue arrancada de la cáscara del cuerpo, el dolor que había estado experimentando no cesó. La abrumadora sensación de distancia y separación de su Padre se hizo cada vez mayor. En la agonía de la muerte recibió la pena que merecían justamente el egoísmo y la maldad acumulados de toda la raza humana (2 Corintios 5:21). Al enfrentarse a la muerte y vencer el temor de sufrir y perder su vida, anuló el poder de la muerte para siempre.

   Cuando salió de la profundidad de la tierra, sabía que para algunos significaría mucho lo que Él había hecho por ellos; tanto como para obedecer cualquier cosa que Él les dijera. A éstos podría confiarles las llaves que había quitado al príncipe malvado que gobierna el mundo caído, las llaves de la Muerte y el Hades (Revelación 1:17-18).




   Sabía cómo abrir la prisión del egoísmo y muerte dentro del hombre. Su mensaje en la tierra había sido muy claro, pero sus palabras solo tendrían efecto en aquellos que confiaran en Él totalmente. Aquellos que le conocían contaron a otros lo que Él había cumplido mediante su muerte para que éstos también pudieran ser liberados de su prisión. El amor que moraba en los corazones de este pequeño grupo les apremiaba a compartir todo lo que tenían. No consideraban suyo lo que poseían, sino que viendo la necesidad de otros compartían sus comidas, sus hogares y hasta sus mismas vidas (Hechos 2: 42-47; 4:32-37; 6:1-7; 1 Tesalonicenses 2:14).

   Así es como morían a sí mismos. Al igual que Él había muerto en la cruz, ellos morían a todo lo que en sus vidas anteriores les había causado buscar lo mejor para sí mismos, pero sólo les había producido separación y soledad. Nada les daba más gozo que experimentar la mismísima vida diaria que Él tenía. Así nació su primer amor.

   Seres humanos perdidos y sin esperanza fueron atraídos a esta vida asombrosa de unidad e integridad. En las comunidades de Yahshua ha Mashiaj eran libres de la oscura prisión personal, de la existencia egoísta en la que estaban atrapados. Estos primeros discípulos tenían las llaves para poder liberar a otros (Mateo 16:19). Por el amor y la unidad que tenían demostraban que Yahweh estaba entre ellos.

NO HAY OTRA FORMA POR LA QUE EL MUNDO PERCIBE QUE LOS CREYENTES ESTÁN VERDADERAMENTE CON YAHSHUA O NO QUE CUANDO VEN "CÓMO LOS CREYENTES SE AMAN ENTRE SÍ".

   Pero, cuando la congregación creció, las contiendas, la inmoralidad y la codicia se apoderaron de ella, hasta que fue dividida sin esperanza. Fueron vencidos por los enemigos que Él había venido a destruir (1 Corintios 1:10-13; 3:1-3; 6: 4-11; 11:18-21; 2 Corintios 6:14-7:1; 11: 2-4; 11: 13-15; Gálatas 1:6-8; 5: 15-21; Efesios 6:24; 1 Timoteo 6:3-10; 2 Timoteo 2:26-3:7). Los malos espíritus que habían probado al Maestro vinieron a probar a su pueblo.

   Y ellos no pasaron la prueba porque no se confiaron al Padre de la misma manera que Él se había confiado a su Padre. No se dieron cuenta cuando estaban perdiendo su primer amor. Ni siquiera sabían que habían perdido las llaves.

   Pero la historia no termina aquí…¡Hay buenas nuevas!




   Ahora mismo esas llaves han sido encontradas. Hay un pueblo que obedece su Palabra.

   Aquellos que tienen las llaves son los que creen que Él puede alcanzarles y sacarles de su perdición, soledad y sufrimiento.

   

   Si hoy este mensaje te ha tocado, no permitas que sólo sea una emoción pasajera. Corre ahora mismo a Sus pies y pídele perdón porque no guardaste tu compromiso: recuerda que cuando lo aceptaste como tu Salvador y Dueño, le entregaste tu vida. Ella ya no te pertenece, y deberíamos estar viviendo SÓLO PARA ÉL, pero en cambio entregamos nuestras vidas cada día al sistema del mundo: a su trabajo, a su educación, a su condicionamiento mental, y hasta a comer y respirar los venenos que nos dan.
   Estamos viviendo los últimos tiempos y COMO ÉL PROMETIÓ, ESTÁ JUNTANDO A LOS SUYOS DE LOS 4 VIENTOS. No te resistas a su llamado, abre tus oídos y escucha Su Voz, y comienza a VIVIR COMO ÉL NOS ORDENA: SEPARADOS DEL MUNDO, SEPARADOS DE BABILONIA.

   Este texto de arriba, "El Cordero de Andrés", ha sido extraído del site Las Doce Tribus, un lugar al que quiero que "pasen y vean". Los que siempre me tratan de loca o utópica, ABRAN SUS OJOS: Hace años que hay comunidades viviendo de esta forma. Y a los que están, como yo, buscando eso, tal vez aquí tengamos una forma de comenzar. Están ya en varios países...







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¿Está usted listo espiritualmente? ¿Lo está su familia? ¿Está usted protegiendo adecuadamente a sus seres queridos? Esta es la razón de este ministerio, permitirle a usted primero entender el peligro que enfrenta, y luego ayudarle a desarrollar estrategias para advertir y  proteger a sus seres queridos. 
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Publicado por: Anunciadora de Sión
SOY CREYENTE EN YAHSHUA
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