Es ESENCIAL, antes de comenzar a leer los Protocolos, conocer el significado de algunos términos usados en este documento:
Protocolo 12
Los comentarios aparecerán escritos en VIOLETA.
La libertad según la judeo-masonería. La prensa bajo el poder judío-masónico. Control de la prensa. El progreso según la francmasonería. Trascendencia de la prensa. Solidaridad entre la masonería y la prensa actual. Enardecimiento de las exigencias sociales provinciales. Infalibilidad del nuevo régimen.
Definiremos de la siguiente manera la palabra "libertad" (porque puede interpretarse de diferentes maneras): "La libertad es el derecho a hacer lo que permite la ley". En nuestro día, tal interpretación colocará toda libertad en nuestras manos; según el programa expuesto, las leyes demolerán o instituirán lo que nos convenga.
Con la prensa obraremos del modo siguiente. ¿Qué papel representa actualmente la prensa? Sirve para encender las pasiones y mantener los egoísmos partidarios. Es vana, injusta, mentirosa, y la mayoría de las personas no comprenden su utilidad. La sellaremos y le pondremos freno, como haremos con las demás obras impresas; ¿de qué nos servirá desembarazarnos de la prensa si fuésemos blanco de las demás publicaciones y de los libros? Transformaremos la publicidad, que ahora nos sale tan cara; es gracias a ésta que hoy podemos censurar los periódicos. Estableceremos un impuesto especial para la prensa. Exigiremos una participación en las ganancias de periódicos y editoras. Así, nuestro gobierno quedará a salvo de los ataques de la prensa.
Oportunamente, impondremos multas inmisericordemente. Tanto las multas como los impuestos engrosarán los cofres del estado.
Es cierto que los periódicos de los partidos podrían resultar más perniciosos que las pérdidas de dinero; de ser así, los suprimiremos a raíz de su segunda acometida. Nadie habrá de manchar el mito de nuestra infalibilidad gubernamental. Para suprimir un periódico, diremos que agita los ánimos sin razón y sin motivo.
Se habrá de notar que, entre los jornales que nos ataquen, habrá muchos creados por nosotros mismos. Estos atacarán exclusivamente los puntos que deseamos modificar.
Sin nuestro visto bueno, nada le será comunicado a la sociedad. Esto último ya se ha logrado. Hoy día, las noticias de todas partes del mundo son recibidas por diversas agencias que las centralizan. Estas agencias son enteramente nuestras y revelan solamente lo que les permitimos publicar.
¿Alguien más se acuerda de "Buenos Días, Vietnam"?
En la actualidad, hemos sabido apoderarnos del ánimo de las sociedades cristianas de tal modo que, en todas partes, miren los acontecimientos mundiales a través de los prismas que colocamos delante de sus ojos. Ya no hay muros en ningún estado que nos impidan entrar a lo que los cristianos denominan tontamente secretos de estado. ¿Que será cuando seamos los dueños reconocidos del universo en la persona de nuestro rey universal?
Quien quiera ser editor, librero o impresor estará obligado a obtener un diploma que, en caso de su poseedor cometer una falta cualquiera, le será retirado inmediatamente. Con tales medidas, la máquina del pensamiento se convertirá en un medio de formación en las manos de nuestros gobiernos; nuestro mando no consentirá que las masas divaguen sobre la utilidad del nuevo desarrollo.
¿Quién entre nosotros ignora que los bienes ilusorios llevan directamente a los sueños absurdos? De dichos sueños se han originado las relaciones anárquicas de los hombres entre sí y con el poder. Es que el progreso, o mejor dicho, la representación de tal, le ha dado pie a ideas de incontables e ilimitadas emancipaciones.
Todos aquellos que llamamos liberales son anarquistas, si no de hecho, por lo menos de pensamiento. Protestando por el mero placer de refunfuñar, persiguen las ilusiones de la libertad y caen en la anarquía.
Volvamos a la prensa. Le impondremos gravámenes como a todo cuanto se imprima.
Serán impuestos ascendientes según el número de folios. Las publicaciones de menos de 30 páginas, registradas como folletos, tributarán el doble; se busca así, por una parte, reducir el número de revistas, que son el peor de los venenos y, por otra, obligar a los escritores a producir libros tan largos y caros que se lean poco. Por el contrario, los que editemos nosotros para el bien común y con la tendencia establecida serán económicos y leídos por todos. Los impuestos acabarán con el vano deseo de escribir, y el miedo a la sanción someterá a los literatos.
Si alguien volviese su pluma contra nosotros, no hallará quién quiera imprimir sus escritos. Antes de consentir a imprimir una obra, el editor o impresor consultará a las autoridades a fin de obtener la autorización necesaria. De este modo, conoceremos de antemano las emboscadas que nos tiendan y contraatacaremos, dando explicaciones con antecedentes sobre el asunto tratado.
La literatura y el periodismo son los medios educativos más importantes. Por eso, nuestro gobierno será el propietario de la mayoría de los periódicos. Así, la influencia perniciosa de la prensa particular quedara neutralizada y obtendremos una autoridad enorme sobre el público. Si autorizamos la publicación de diez periódicos, fundaremos treinta de los nuestros.
Los periódicos que editemos serán, aparentemente, de tendencias y opiniones opuestas. Esto habrá de inducirles confianza a todos y habrá de atraer, sin recelo, a adversarios que caerán en la trampa y se volverán inofensivos.
En primera plana, desplegaremos los órganos de carácter oficial; éstos siempre velarán por nuestros intereses y no nos habrán de quitar el sueño. En segundo lugar, colocaremos los oficiosos, cuyo papel será el de atraer a los indiferentes y a los amorfos. En la tercera fila, instalaremos a la presunta oposición: al menos un periódico colaborará con nosotros como el antípoda de nuestras ideas. Nuestros adversarios tomarán a este falso opositor como su aliado y se nos revelarán por él.
Nuestros periódicos serán de todas las tendencias: aristocráticos, republicanos, revolucionarios y hasta anarquistas; esto, por supuesto, mientras dure la constitución.
Tendrán, como el Dios indio Visnú, cien manos, cada una de las cuales acelerará la transmutación de la sociedad. Estas manos conducirán la opinión como convenga a nuestros intereses (un hombre alterado pierde la facultad de razonar y se abandona fácilmente a la sugestión). Los imbéciles que crean seguir la opinión de su partido repetirán la nuestra, o la que nos convenga. Se verán siguiendo el órgano de su partido sin saber que, en realidad, escoltan la bandera que enarbolamos ante sus ojos.
Para dirigir en dicho rumbo nuestro ejército de periodistas, organizaremos esta labor cuidadosamente. Bajo el nombre de oficina central de la prensa estableceremos reuniones literarias en las que nuestros agentes darán, sin que nadie sospeche, la palabra de orden y las normas. Discutiendo y contradiciendo nuestras iniciativas de una manera superficial, sin penetrar el fondo de los asuntos, sostendrán inútiles polémicas con los periódicos oficiales a fin de procurarnos los medios de pronunciarnos más claramente, lo que no es conveniente hacer durante las primeras declaraciones oficiales.
Estos ataques servirán, además, para que nuestros súbditos juzguen garantizada la libertad de palabra. Así, nuestros agentes tendrán pretextos para afirmar que quienes nos impugnan son unos charlatanes sin argumentación para refutar seriamente nuestros proyectos.
Tales procesos, inadvertidos para la opinión pública pero seguros, nos atraerán ciertamente la atención y la confianza pública. Gracias a ellos, agitaremos o calmaremos los ánimos en cuestiones políticas según sea preciso, convenciendo o suscitando dudas, publicando la verdad o la mentira, confirmando o contradiciendo según el efecto deseado, pero tanteando siempre el terreno que habremos de pisar.
Venceremos a nuestros adversarios porque ellos no dispondrán de órganos que puedan dirigir la opinión hasta las últimas consecuencias, como nosotros. No tendremos ni siquiera necesidad de largas y profundas refutaciones. En caso de necesidad, refutaremos enérgicamente en la prensa oficiosa los globos de ensayo lanzados por nosotros mismos en la tercera categoría de nuestra prensa.
En este momento, existe ya la solidaridad francmasónica dentro del marco del periodismo francés. Todos los órganos de la prensa están ligados entre sí por el secreto profesional; como los antiguos augures, ninguno de sus integrantes revelará el secreto si no recibe la orden de hacerlo. Ningún periodista osará traicionar este secreto, ya que no será admitido a la profesión quien tenga en su pasado alguna falta vergonzosa: en caso de deslealtad, esta mancha será inmediatamente revelada. Mientras que estos estigmas sean conocidos solamente por unos pocos, la aureola del periodista seguirá atrayéndonos la opinión de la mayoría que le sigue con entusiasmo.
Nuestros cálculos se proyectan principalmente sobre las provincias. Es necesario que excitemos en ellas esperanzas y aspiraciones opuestas a aquellas de la capital, que haremos pasar como espontáneas. Claro está que la fuente de la discordia siempre seremos nosotros.
Mientras no disfrutemos del poder absoluto, tendremos necesidad de arrollar las capitales con las opiniones del pueblo provincial, es decir, por la mayoría manejada por nuestros delegados. Es necesario que en las capitales, en el momento crítico, no se discuta el hecho consumado por haber sido ya aceptada por la mayoría provincial.
Cuando pasemos al nuevo régimen que preparara la llegada de nuestro reinado, no podremos tolerar la revelación de la deshonestidad pública por la prensa. SERÁ NECESARIO QUE SE
CREA QUE EL NUEVO RÉGIMEN SATISFACE DE TAL MODO A TODOS QUE HASTA LOS CRÍMENES
DESAPARECEN. Los casos de manifestaciones criminales serán conocidos solamente por las víctimas y los testigos presenciales.
Publicado por: Anunciadora de Sión
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